La energía femenina está relacionada con la intuición, lo espiritual, todo aquello que escapa al mundo físico… Se caracteriza por ser calmada y receptiva. Nos permite cuidar, sentir, percibir, escuchar, brindar apoyo, calidez y presencia, sembrar y nutrir.
Por otro lado, la energía masculina se caracteriza por accionar, dar y motivar. Impulsa hacia afuera: conquista, busca, va. De aspecto racional, es la fuerza para tomar decisiones. Se focaliza en la supervivencia, en todo aquello del mundo material que necesitamos para vivir. Nos impulsa a salir a la conquista, accionar, emprender, avanzar, iniciar, explorar, autoafirmarse, pensar, ser estrategas, fortalecernos y defender nuestras causas.
Ambas energías son dos polaridades de una misma cosa. Y el conflicto surge cuando pretendemos negar una desequilibrando esta dualidad. Cuando negamos una parte de nosotros terminamos reprimiendo nuestro potencial. Por ejemplo: si la energía masculina está muy potenciada, tendemos a racionalizar todo lo que sucede a nuestro alrededor, desconectándonos de las emociones o incluso negándolas y esto a la larga nos causa un profundo malestar e incluso puede llegar a afectar a nuestro organismo.